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NARRACIONES COMPLETAS - VOLUMEN II
por Anderson Imbert, Enrique
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Sobre el libro: 756 pp. Contiene las siguientes obras: La botella de Klein (1975), Dos mujeres y un Julián (1982), El tamaño de las brujas (1986), Evocación de sombras de la ciudad geométrica (1989) y El anillo de Mozart (1990). Dentro del género narrativo, que consiste en contar algo, hay muchos subgéneros. Los principales, el cuento y la novela; y de estos dos, el más visible (no necesariamente el más importante), la novela. Nos asomaremos, pues, al panorama de la novela, pero quede bien entendido que lo que veamos allí podría también verse en un panorama del cuento. La novela, dije, nos cuenta algo. A primera vista percibimos personajes que actúan en determinadas circunstancias. Los personajes están lo bastante caracterizados para convencernos de que son agentes de la acctón. Los incidentes de la acción, entretejidos en una trama, transcurren en un lugar y una época. Si miramos mejor percibiremos que la caracterización de tos personajes, la trama de la acción, la descripción de ambientes y todos los demás componentes de la novela, por muy reales que se nos antojen mientras estamos sumidos en la magia de la lectura, son espectros arrojados desde un prisma por la luz imaginativa del novelista. De la cabeza del novelista sale una urdimbre aparentemente objetiva, pero los hilos urdidos no vienen de objetos del mundo externo sino de la cabeza que está imaginando esos objetos. En su novela el autor podrá de cuando en cuando discurrir lógicamente o declamar elocuentemente; pero lo esencial de su arte está en imaginar. Aunque nos cuente su propia vida, el novelista nos da versiones imaginativas, siempre versiones imaginativas. Todo lo que pasa por la mente puede terminar en una novela: paisajes, escenas, cosas, personas, hechos, diálogos, reflexiones, anécdotas, aventuras, problemas sociales, conflictos de conciencia, episodios históricos, todo. Y lo que pone en funcionamiento la novela es la personal cosmovisión del autor. Sí. El autor tiene una cosmovisión, por pobretona que sea, y no puede menos de proyectarla en su novela. Pero sus ideas fundamentales sobre el mundo, en lugar de ordenarse -mediante la especulación racional- en un sistema lógico, optan por quedarse como estaban, a medio vestir, o en todo caso vestidas de imágenes. Es como si el novelista tuviese una filosofía para andar por casa. No la filosofía empaquetada por cátedras y academias, sino unaf ilosofía de entrecasa. Estas creencias últimas intervienen estéticamente en el proceso del novelar. Realizan una función poética, y en algunos casos lírica, aunque su prosa se asemeje a la discursiva o se diferencie poco de la lengua ordinaria. En una novela pueden haber informaciones y discusiones muy intelectuales pero todas sus palabras tienden a crear una "ilusión de vida". (Enrique Anderson Imbert, La prosa: modalidades y uso, Buenos Aires: Marymar, 1984, pág. 102)
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