Descripción
437 páginas. El vasto campo de la Historia no sólo ofrece al investigador hechos pretéritos, para emulación, ejemplo o advertencia de la actualidad y de los venideros tiempos; no sólo puede el estudioso inquirir ahí las experiencias de los pueblos, en su incesante lucha por la vida; las acciones y reacciones de los hombres; las raíces y el desarrollo de las culturas; el influjo espiritual de las crdbncias religiosas y de las ideas; también, si con prolija minuciosidad observa el panorama retrospectivo, lo encontrará “moteado” de apodos, alias, dichos, títulos y calificativos, que en los viejos días tuvieron significación. De ello —superfino es agregar— nuestra historia da fe en abundantes testimonios impresos y manuscritos. Al comienzo, el pictórico vocabulario del idioma castellano enriquece todavía más sus giros expresivos con la asimilación de pintorescas locuciones indígenas. Y el mote y sus equivalentes, nacidos de la secular costumbre de rotularlo al prójimo con picardía, admiración o rencor, subrayando lo sublime o grotesco de sus rasgos morales o físicos —deformaciones, defectos, virtudes—, florecen en el ámbito americano con renovada lozanía. La recopilación expuesta en este trabajo, apoyada en datos históricos que abarcan un lapso de cuatro siglos, pone de manifiesto esa veta “folklórica” —por así decirla— del alma de nuestro pueblo. En los motes aparece el gracejo vivaz, la iniciativa espontánea de la gente que observa, juzga, y con rotunda palabra define al personaje encumbrado, a una situación ridicula, a la proeza admirable, que mediante ese conjuro verbal perduran en el recuerdo. La ironía, el odio, el cariño, la burla o el sarcasmo, acuñados en picantes comparaciones o modismos sucintos, llenan los fastos de nuestra política, de nuestra literatura, de nuestra evolución social en todos sus aspectos.