Descripción
145 páginas. En el muro infranqueable que separa al hombre de Dios, sólo hay una ventana: el sexo. El mismo Dios la abrió en la carne del hombre y la cerró de nuevo con carne, y únicamente a través de esa carne transparente, como el cristal puro de un ventanal, podemos lanzar una ojeada desde este mundo al otro. La sed sexual es la sed de la ciencia; la curiosidad es un veneno. El sexo no es solamente la procreación, no es el nacimiento y la muerte; es, ante todo, resurrección. Es la fuerza resucitante y el camino que conduce a través de la muerte, hacia la resurrección. El Fuego devorador de Jehová no es sino el fuego del ansia sexual. Pero el del sexo, en Egipto, era el fuego sagrado. Los egipcios tenían en el fuego del sexo la paz, la vida eterna y la resurrección de los muertos, mientras que nosotros pareceríamos tener la muerte, el crimen y la guerra eterna. El fuego sagrado de los egipcios tenía la voz de mando “Resucita”; el sexo maldito nuestro clama “Mata”. El sexo tiene muchos nombres figurados, como lo son: Energía Creadora, Energía Divina, Fuego Sagrado, El Misterio de la Serpiente, Kündalini, y otros muchos. El doctor Adoum le ha llamado aquí La Zarza de Horeb porque ésta arde y no se quema; es Luz Inefable, y porque Dios llama desde la Zarza diciendo: “No te acerques acá: desata el calzado de tus pies; porque el lugar en que estás tierra santa es”.